"De la barroca triste a la barroca alegre":

Flores para Juan

 

Juan Hidalgo

 

 

Cuenta una historia zen que Mahakashyapa descubrió en la flor que presentó Buda a dos mil de sus discípulos la sonrisa del silencio, y en la sonrisa en su cara la flor del entendimiento. Ese es considerado el nacimiento de la filosofía zen, de la que Juan Hidalgo puede considerarse que llegó a ser maestro, y cuyo espíritu transmitió a sus obras. Obras cargadas de silencio – por herencia de su maestro Cage, quien supo encontrar en el silencio el valor de lo que no se puede decir, o no puede articularse con palabras: la realidad misma- tanto como con la sonrisa del sabio que conoce el orden del mundo en su perfecta imperfección.

 

No es de extrañar, por tanto, que las flores hayan ocupado – y sigan haciéndolo, aun después de su muerte física- un lugar tan importante a lo largo de la trayectoria de Hidalgo. Flores de vida, de muerte (como sus barrocas, raptadas a la tradición católica de los pasos de Semana Santa) y sobre todo, flores de la sabiduría que se encuentra en la sonrisa, en la amistad, el placer y el sexo. Las “flores raras” de Juan Hidalgo son siempre esa sonrisa de Buda ante el descubrimiento de que en el sexo se encuentra – se puede encontrar, sin duda- una verdadera revelación. Lo dejaba claro el artista al hablar del “Recorrido japonés” (una de sus acciones, realizadas con zaj) comparando la historia de Bodhidharma, y su recorrido desde India a Japón, con el recorrido que realiza un cuerpo sobre otro en la actividad sexual y en la que, como en la mano del artista recorriendo los cuerpos en Hombre, mujer y mano, el con-tacto es, por sí mismo, el camino de la reflexión y el conocimiento.

 

Por eso, las flores de Juan tienen una clara vinculación con el sexo: desde la seducción mutua que propone la serie fotográfica Hombre y flor hasta la surrealizante Mujer y flor, ambas de 1969. Un año, por cierto, marcado desde muchos puntos de vista por las esperanzas utópicas – sexuales, políticas – para las que la flor podía ser, sin duda, la mejor de las imágenes posibles. Pero sin duda, son la Barroca triste y la Barroca alegre, también acciones fotográficas realizadas ese año, las que anuncian la fusión perfecta entre sexo y naturaleza floral. Obras que provocan, inevitablemente, la sonrisa de esa sabiduría silenciosa. No parece casual, por tanto, que las flores hayan acompañado a Juan durante toda su vida – desde que componía sus flores de papel siendo niño, hasta el recuerdo que le traen de su madre en el hermosísimo homenaje Rosa, espejo y condón-.

 

Ahora, que la esperanza vuelve a asomar en nuestras vidas después de que la desaparición física de Juan marcara casi el inicio de una época oscura, la alegría de su barroca nos recuerda que es en la relación entre la alegría y la tristeza, entre la luz y la oscuridad, el yin y el yang, donde se encuentra el verdadero camino de la sabiduría. Nadie podía dudar que, a través de esas “flores para Juan” que Carlos Astiárraga lleva regalándonos desde febrero de 2018 seguía, sin duda, sonriendo el “poeta raro”.

 

Julio Pérez Manzanares


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