Félix Curto. Extrañamiento y consciencia

 

De un lado al otro. De un lado al otro.

 

Concibiendo un espacio fantástico cuya lectura parece no cerrarse: perseguidor de territorios, lugares, situaciones, objetos, paisajes o cosas. Exteriores e interiores, transita Félix Curto (Salamanca, 1967) de una cita a otra como expandiendo registros en donde quien contempla va, desde el encuentro con un punto apartado del mundo, a la reunión de elementos que parecen mencionar un lugar sin fin, revelando la sensación abrumadora de, aun mostrándose, quedar todo por ver. Una cierta percepción distraída como clave de la experiencia, tal dijera Benjamin, que Curto parece trasladar hacia las imágenes cuyo valor y persistencia declara, a la par que las eleva en el espacio. Como una revelación que fuese parte de la trama, estrellas únicas reinan en sus ojos, evocando uno de sus títulos seriales, a la par de latencia portarán sus obras una cierta impresión de extrañamiento, ostranenie, que nuestro artista muestra como emblema de su ser contemporáneo, como un tono, tal un nivel de consciencia.

Teje las historias del mundo con la trama de su propia vida. Épica sosegada embargada de lo soul, en ocasiones atravesada por recuerdos y músicas, lecturas o visiones, miradas al interior de su vivir, corazones abiertos, semejante despliegue en múltiples direcciones me ha recordado a veces, ahora revisitando sus emocionantes “Hoods”, el mundo de restos del camino de Robert Rauschenberg, la energía expandida en su “Monogram” con cabra y diadema neumática, sobre la pintura elevada. Mira de cerca Curto mas, con frecuencia, explora lo lejano, otros mundos paralelos o vidas allende, laboratorio de imágenes como concentración de sentidos múltiples donde experimenta con las pasiones personales. Ejerciente de un cierto travelling, imágenes extensas deslizadas hacia miradas sobre lo aparentemente menor cercano, es el suyo un arte de las metáforas, de la ritualidad, de los jeroglíficos antes que del logos, un arte poblado por semejanzas y desplazamientos que parece elevarse, en la citada ostranenie, en lo distanciado que muestra próximo, como en un sueño.

De postdadá le califiqué hace años, y vi entonces algo místico en su quehacer que ahora, tiempo después, sigo certificando y ese aire quieto quizás le enlace con alguna de sus admiraciones estéticas o vitales. Veo a veces sus imágenes en universos despoblados, espacios semejare pertenecientes a un mundo cuyos pobladores hubiesen desaparecido. Y pienso que ha habido tiempos en los que Curto vivió replegado, mas fortalecido y gozoso, de espaldas al mundo de las convenciones del arte, construyendo minuciosamente un relato que ahora es fundamental, pues ha acabado constituyendo su obra.

Necesitamos un lenguaje para nuestra ignorancia, sentenciaba el diarista Witold Gombrowicz, y Curto, cuya trayectoria artística veo también a modo de un dietario, construye su lenguaje creando su relato con aire circular, quizás con músicas de la esperanza tal Neil Young. Páginas hermosas del Diario de Félix son, por ejemplo, el rescate de ciertos objetos, como la elevación de la hermosa copa vítrea “Dad” (2007), evocando el aire de París duchampiano: en Curto, aire de Allá, la emoción del recuerdo del padre y su legado imperecedero, la palabra hermosa y simétrica que quedó temblando en el aire de la copa misteriosa. O una caligrafía que serpentea, un alambre argénteo que dibuja el aire, acotando un espacio de la nada: el dolor une al mundo. Sobre la arena del desierto unos huesos de animal trazan la palabra “Love” (2007), también une el mundo. Elevará un altar, México querido, temblarán las llamas de las velas sobre las desvanecidas fotografías de boxeadores de otro tiempo (“Brown Sugar Ray Robinson”, 2005). O compondrá retratos, uno de los que recuerdo fue tomado pensando la encarnación de los antepasados. Y otras imágenes refieren algún carro mostrado en un punto quieto del mundo, para Curto el coche es símbolo, también, del laboratorio -una “nave” en palabras suyas que suenan a espacio interestelar- desde el que contempló, viajando, el mundo. E imágenes del paisaje real misterioso o los caminos que se alejan hacia el infinito, tal una autobiografía escrita en tercera persona. Una música.

Arte de la frontera, artista de las fronteras, es su quehacer el de un creador decididamente sumido en la complejidad, cuya obra contiene claves, con frecuencia musicales pero que son la forma destilada por su lírica y que permiten tentar el acercamiento a su obra. Artista complejo ya digo, viajero entre la fotografía y la instalación, desde el objeto encontrado al concepto y, de ahí, retorno a la pintura y nueva ruta hacia la poesía de la letra, algo que le enlaza con una internacional letrista, epigonal de ese capítulo que en la historia del arte contemporáneo se ha conocido como “Art & Language”. Artista tentado del viaje en la penumbra en múltiples direcciones, su obra destila una plenitud de preguntas que le hacen resistente a la categorización. Pinturas con letras danzantes en el espacio pictórico algo, por otro lado, que ha sido común al arte de nuestro tiempo, Picabia o Picasso, el letrismo navegante en los papeles de Kurt Schwitters o palabras incendiadas de Cy Twombly, y tantos otros: Jack Goldstein, Grilo, Jonic, Lebel, Nöel, Millares o Wols. O sueña versos sueltos, a lo Mallarmé, es la épica del muro, tan importante en el siglo veinte. Décollages, rapto de los carteles, cicatrices hermosas de las paredes desgarradas: François Dufrêne, Mimmo Rotella, Raymond Hains y Jacques Villeglé, Gil J. Wolman, o tantos otros, también Alberto Greco. Es Curto descendiente de aquel Brassaï, capaz de extraer belleza desde los lugares menos nobilizados, hasta construir fragmentos de letras resonantes. También en ocasiones incandescen sus palabras de neón que pueden cabalgar en el aire, o abrazar un objeto, como una joya temblorosa. Es buscador de la belleza distinta de un rostro, el paisaje inefable -su energía ilimitada- o la vista del rincón urbano, amante del joven dios de lo aparentemente menor, de lo considerado insignificante. Artista impuro con inefable aire de astro solitario al que resulta difícil encajar en la rutinaria taxonomía del arte de nuestro tiempo.

Exceptuado su hermoso ciclo sobre los menonitas, por lo general contempla Curto el mundo tal si fuera el visitante solo de un día después de la catástrofe, o bien espectador del día que amanece, temprano, y mira el espacio en derredor en atenta escucha, intenso, este obstinado coleccionista de fragmentos de tiempos y lugares. Con frecuencia sumido en la hermosa armonía de la serie, la variación de las imágenes, los ciclos, algunos de los cuales considero inefables como “Carros” (1996), “Desert recordings” (2005-2006) o “Heart of gold” (2008), con insistencia en clasificar asuntos. Álbumes de sus personales pasiones, son las imágenes sometidas a la variación a sabiendas que esa es una de las tensiones del arte de nuestro tiempo, como a la espera de concluir ciclos que en su momento captan la atención. Espacio. Tiempo. Soy el Cosmos, reza una de sus obras que titula esta exposición, habla del mundo mas lo hace sobre sí, cómo contempló, allí estuvo, vivió, soñó y conoció el vasto mundo. Y en tal misión, en tal entrega, abismarse, diluirse, diluirnos en la inmensidad que vieron sus ojos.

Hojeaba estos días por casualidad la “Memoria personal” de Tàpies. Se abre con una cita de Lie Tsen: “Hou K’ieou-tsen decía: ¿cuál es el objetivo supremo del viajero? El objetivo supremo del viajero es ignorar a dónde va”. Claro, siempre que pienso en Mister- Soul-Curto deviene la imagen del artista romántico, capaz de sentarse en la mesa del tiempo con Kerouac o ciertos artistas beat y entremezclada su aurática obra (hey, Walter), en monólogo interior, con el elogio de las visiones del camino, on the road: música, libros, objetos, lugares, recuerdos, personas o emociones. Es su quehacer el diario de quien ha cruzado espacios y tiempos, quien vio el mundo y nos los trae de retorno. Dejadme soñar. Y, como creador, ese dietario nos muestra la esencia de su devenir vital, con frecuencia en territorios de extrañeza a la par que, generoso, luego nos revela el testimonio de ese existir en el espíritu. Y tras ello, -belleza discreta y no obstinada solo en esplendores-, mostrarse leve y vacío, como quien se detiene ligero en el recodo del camino. Refulgiendo quedarán sus imágenes, narraciones poéticas que sentencian que el artista de nuestro tiempo será aquel devenido un ser singular, único, encontrado con el espacio tembloroso del mundo.

En este lugar, parece asentir Curto, encontré belleza, hallé reposo.

Alfonso de la Torre

 

Fuente: Da2

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