"AIRE"

 

 

 

José Manuel Broto

 

 

 

MÁS ALLÁ TODAVÍA

 

“No hace todavía mucho que José Manuel Broto nos ponía de relieve, en un bello y luminoso texto, uno de los aspectos más radicales de la creación: el de vencer con la vida del arte a la muerte. (Dar “respuesta de vida”, decía concretamente él, a la “monstruosa muerte obligada”). Estamos, una vez más, ante la señal de aquel rilkeano comienzo de lo terrible que es lo bello, pero expresado en nuestro siglo.

Y, sin embargo, las obras últimas de Broto apuntan poderosamente en dirección a la vida, manifestada jubilosamente en sus últimos cuadros por medio del fulgurante estallido del color. O de los colores, porque siempre en este pintor es más cabal y certero hablar de colores que de color. Y porque en su pintura los colores sin distinción son uno de sus grandes hallazgos. Sí, en los colores se basan los hallazgos y los riesgos de la pintura de Broto y ello lo apreciamos muy bien en sus obras últimas. Colores, en estos últimos cuadros, significan, sin más, logros, maduración, culminación.

Este es el resultado de aquellos cuadros que entrevimos, por vez primera, hace mucho, en Madrid, o en las salas de los museos de Ibiza o de Cuenca. Parecía entonces que el pintor sólo quería que comprendiéramos un “pequeño fragmento” de su realidad artística, pero sabemos que, ya entonces, se enfrentaba a planteamientos ambiciosos, a una aspiración ¿cósmica?, ¿absoluta? El proceso natural del artista es abrir caminos nuevos en los trillados caminos de siempre. La pintura de Broto buscaba desesperadamente (¡y, a la vez, tan armónicamente!) esa novedad por la vía de la pureza del color, del riesgo del trazo, de una sucesión de signos muy suyos.

El artista emprende un viaje del que ni él mismo sabe cuál va a ser su fin. ¿Cuál es el viaje de Broto? Seguramente el suyo es un viaje hacia la luz. Pero ¿de qué luz se trata? No estamos hablando sólo de una luz física -la que el color revela con su gama de sutilezas y de misterios-, sino de una luz que implica conocimiento.

Quizá, mejor que hablar de la luz que es color en su pintura, -o del color que es luz-, habría que hablar de luces, de viajes con metas que, a su vez, se ahondan y se irisan siempre, con metas que nos ofrecen mensajes múltiples. Y es que treinta años después de iniciado su viaje, Broto –esta exposición en Salamanca es la prueba de ello- ha llegado a donde ni él mismo esperaba llegar, pues ha dado con la infinitud del trazo, ha logrado abismar los colores, ha sajado la luz y ha brotado luz nueva.

En esa meta que es esta exposición, Broto nos ha vuelto a revelar que su pintura no tiene medida o dimensión, que está en la órbita de lo celeste, de lo constelado. Nos parece que el suyo es un mensaje de firmamentos, máxime en esta última muestra, más etérea aún, más sutil y delicada, más cristalina y frágil, pero a la vez tan enraizada en los significados. Hoy estos cuadros últimos tocan ya horizontes de infinitud, nos hablan de lo sublime-nuevo, que es aquello a lo que todo artista verdadero se ve abocado.

¿Qué fue del pasado laberinto de las “horas severas”, de las aguas oscuras o negras de aquellas “fuentes” de entonces, qué de las páginas cerradas de los libros herméticos, sin tema, qué de los símbolos (Toledo, Sefarad)? Aquellas sombrías señales primeras han acabado estallando en claridades de colores no vistos, en atmósferas disueltas, en resonancias (que vemos, pero que no oímos) como de Debussy o de Ligeti, en esos valores finísimos de serenidad, frescura, pureza, transparencia, armonía. Ahora trazos y colores parecen deshacerse o flotar, son brumas o veladuras. Hoy, más que ayer, los cuadros de Broto son atmosféricos. Y sabemos muy bien de qué pruebas ha surgido esas atmósferas. ¿Lo sabemos?

A veces logramos entreverlo, porque también en ese último y luminoso texto suyo nos habla de un lugar y de un día y de un mes: Atocha, 11 de marzo. ¿Comprendemos ahora mejor por qué repentinamente todos los colores más hermosos se han tornado en un único cuadro construido con grises, todo él gris? También hoy comprendemos mejor esos trazos que parecían asaltar el color. ¿Acaso porque el color (y sus silencios), le están ganando la batalla al trazo, porque el color los humedece de humanidad, con una ternura como de lágrima?

Los cuadros que Broto ha traído a Salamanca son, sí, esa melodía que no oímos, pero que gira y que deshace la mismísima luz, que ofrece su mensaje aún más transparente. Broto ha fijado ahora esa realidad nueva a través de símbolos que parecen flotar. Los símbolos de los que sólo él sabe el secreto final y que a nosotros nos iluminan y nos salvan”.

Antonio Colinas

 

Galería Adora Calvo

 

C/Epidauro,53 (Las Rozas, Madrid)

Tel. +34 630 046 856

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